Todo el mundo me ve muy feliz, que algo delgadina, sí (lo dicen con cariño, para no ofender), pero qué bonita esa sonrisa, qué bien se te ve. Que les encanta verme así.

En los últimos días me he mirado mucho al espejo desnuda, «Pero si estoy bien», pensaba para mi misma. Pero luego cojo el móvil y empiezo a mirar fotos de desnudo de hace un año y no, no estoy igual. Supongo que es lo que tiene perder unos kilos teniendo una constitución delgada. No pasa nada. Leila, no pasa nada. No te juzgues (no me juzguéis). Todo volverá. Volverás a estar bien, el amante verá que en tu espalda, sobre los glúteos, tienes dos hoyuelos que son tu orgullo. Verán que mi cuerpo de frente es como una hermosa vasija, donde a la altura de las costillas hay un hachazo donde comienzan unas voluptuosas caderas. Me miro y me asombra ver dibujado tras la piel, mi cráneo. En serio, en la comisura de los labios, se marca el la figura del cráneo. Está bien, no pasa nada. Siempre grité en voz alta que la belleza siempre está ahí, cuando se entona el eslogan de que sólo las mujeres sanas son bellas o merecen pisar la pasarela. Porque la mujer o somos un dechado de virtudes y perfección o no somos el ejemplo de nada. Como si le debiéramos al mundo dar parte constante de que estamos en la coordenada perfecta en cualquier campo de nuestra vida. No le debemos nada a nadie.

En la protección de mi integridad física y psíquica, todavía hay restos del incendio. A veces no puedo ni abrir los ojos. Pero cuando lo hago, veo que estoy ahí. Te preguntas cómo es posible, te asombras de la enorme fortaleza que me habita, que no sé si es genuina del ser humano o es parte de mi. Mis ojos siguen igual, transparentes, grandes, mensajeros de una esencia inalterada. Me merezco luchar por sonreír. O eso que dicen de que el dolor existe, que el sufrimiento es una elección. El dolor no se va ni se irá en mucho tiempo, pero en la medida de mis capacidades, he elegido no sufrir, aprovechar la vida en combinación con la lucha: sembrar, empezar a ver brotes.

No, no estoy bien, pero a veces lo estoy. Sí, hay dolor, siempre estará ahí y es inherente a la vida, no soy un ciborg. Sí, a veces sufro. Pero cada vez me lo permito menos. Porque me he dado cuenta de lo que se avanza no dejándolo entrar. Podrán robarme todo, lo más amado. Pero lo que me habita, estos huesos, estas carnes, esta esencia, el corazón de mi identidad y su potencia, es magma. Masa fundida en el interior del inmenso planeta que me conforma.