Ya no vivimos aquí.  Pero no me quise ir de nuestra casa de Malasaña sin fotografiar el portal. Aquí pasaron cosas. Amor, drama y resistencia. Subí a ese cuarto sin ascensor embarazada, con mi bombito, tan lentamente, que se me apagaba la luz de las escaleras.  Subí borracha. Esto último la verdad es que no sé cómo.  Subí desnuda, unas veces por fotos. Otras porque iba borracha. Subí cargada hasta pensar que no volvía a recobrar la movilidad de los dedos. Opusimos resistencia al administrador de fincas para dejar el carrito de Luz abajo, por aquello de no caer por las escaleras con niñe verano, carro y perritas. En este rellano entré con anhelo tras una tormenta. En estos buzones luchamos por que el cartero no nos doblara las fotos o paquetes aderezados con un cartón.  Aquí saludé a los diversos vecinos de todos y cada uno de los pisos turísticos. Porque mi bloque lo componían unos 3 vecinos permanentes. Hubo un chico de Boston majísimo.  Y una chica asiática que no saludaba ni nos miraba nunca. También un francés que nos tenía loquitas a todas. La del tercero era diseñadora, la del segundo nos recuperaba la ropa que se nos caía del tendedero, la vecina de enfrente se había operado de la rodilla no sé cuántas veces y seguía subiendo las escaleras. A ella Don Fausto, el administrador de fincas, le tiró el carrito de la compra a la basura. La basura. Aquella que no sabemos muy bien por qué, los turistas no eran capaces de tirar al cubo. Esto último era perturbador, llegando el rellano y escaleras a estar poblado una bandada de moscas. Nuestro carrito de bebé y el carrito de la compra de la vecina eran un problema. Las moscas y la basura no. Una vez se me cayó al patio interior el chupe de Luz y la limpiadora, majísima, nos lo alcanzó con el palo de la escoba. Fue muy epic. No sé. Os podría contar tantas historias que una foto me parece poco para abarcarlas. Adiós, Palma 24.