AVISO TW: Quizá lo que cuento pueda ser jodido para personas con trastornos que han acabado en el hospital.

He estado hablando con varias personas que han salido de un coma, tanto por accidente (lesiones), autoinfligido o inducido. Y no todas coincidimos. Yo siempre he tendido a soñar mucho, me acuerdo de todo. El coma es un estado profundo de inconsciencia, pero yo estuve soñando todo el tiempo. O como prefiero llamarlo: viajando.

Las fotos no las voy a presentar todas en orden, mi cabeza y recuerdos todavía son son caos, mi familia me lo cuenta todo a cuenta gotas. Sólo me queda lo que viví por dentro, que es memoria mía y sólo mía. Para comenzar, necesito hacer fotos en una playa. Porque cuando yo me iba a ir, estaba con Dios (que se dice). Ya os hablaré de ello. Pero era feliz, no tenía miedo, no existía el peligro, estaba con Luz, comía en la arena, jugaba con niños. El retorno, la vuelta a la vida, es de los sufrimientos más brutales que le sentido nunca. Ahogamiento, gritos, angustia, voces, luces naranjas, azules, moradas y verdes, personas desfiguradas, un terror ¿cósmico? Yo hablo de dos mundos y de una línea que separa la vida de la muerte. No sé si esto es un poco místico, pero yo bailé y me retorcí en esa línea. Yo estuve dos veces en coma, la primera vez tras la intoxicación y la segunda por inducción para las transfusiones y diálisis. Y tuve unos viajes que me está costando la vida plasmar en fotografía. Esta representa uno de los retornos, las luces naranjas, la voz de mi abuela (que en paz descanse) «Mi niña…», me decía, con calma, en medio de mi sufrimiento. Mi madre «Vamos, hija mía, vamos…». Su fuego en mi cuerpo frío. Sus manos invisibles sacándome del delirio y los gritos, su arrullo tranquilo en medio del pánico, nueva sangre en mis venas que no era mía, sino de cinco ángeles a los que nunca conoceré