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Recuerdo mi primer orgasmo. No recuerdo la edad, tal vez 14 años. Me frotaba con mi almohada o el edredón, me colocaba encima, lo situaba entre mis piernas y realizaba movimientos pélvicos. Un día aquello fue a más y mi cuerpo estalló en un orgasmo. Fue una experiencia tan intensa que me sentí paralizada, me quedé sin aire. Abrí mucho los ojos hacia la plena oscuridad de mi cuarto y sentí culpa y miedo. Sentí que aquello no debía saberlo nadie, porque era una vergüenza. Miedo porque pensé que aquel placer paralizante era la experiencia más cercana a la muerte que había experimentado en mi vida.

Con respecto a la masturbación he pasado diferentes fases: la ocultación, el rechazo a mi cuerpo y mi vagina y, por último, el rechazo rotundo al sexo. Tras mucha lucha interior, siento que el onanismo es lo más parecido al grito de la primavera, a una sacudida de vida. Es imaginación y soledad, es un sueño reparador, es un diálogo de amor con tu propio cuerpo, es respetarse, es una limpieza emocional. Que nunca, jamás, os intenten convencer de que no es todo esto. Lo contrario es una auténtica declaración de guerra contra vuestra condición de mujer y persona.

… De mi serie «Pinchar».