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Ya sabéis que cuando fui a Islandia hice tantas fotos que cuando vi las miles que había disparado pensé que había perdido la cordura. O quizá fue al revés: hice lo que era razonable. Fui a Islandia y fui Islandia.

En mis entrañas bulle el magma, como si fuera un pequeño planeta, un trozo incandescente de una estrella que explotó en millones de pedazos. Fuera nos envuelve el frío como una manta invisible, presente y casi tangible. Islandia como un yin yang purísimo.

Dentro de ese volcán nadan mis amores. Son tan inmensos que van a rebosar, perezosos pero constantes, en ríos hacia mis muslos. Y así se formaron los continentes de la tierra.