Poco a poco voy editando las fotografías del embarazo que me quedan, en pequeños ratitos en los que el pichón descansa, suelta la Biblia en verso a un peluche (es muy charlatana) o se explora con detenimiento y asombro un brazo. Muchas veces pienso en la fascinación que le provoca todo y me pregunto cuál es el punto en el que la capacidad para sorprendernos por los pequeños detalles se pierde. Desde que conozco a mi pequeña chispita de Luz, lo miro todo un poco más, observo un poco más, dejo que la realidad y sus estímulos me atraviesen de forma más ingenua y pura.

Veo esta foto, que me hice con las piernas y tobillos hinchados cuales patas de elefantes (ay…) y recuerdo cuánto deseaba ver a mi Luz corriendo entre los campos de trigo, verdes y amarillos, dejando un destello a su paso, como un cometa surcando el universo. Luz tiene el alma naranja como el fuego o un atardecer.