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Silencio. Oh no. Wait. Silencio. Luz está muy silenciosa «¿Luz?», «¿LuuUUz?». Y me la encuentro. Ya vería qué hacía con ese pintalabios que me pongo para salir noches a muerte y que no se quede carmín ni el 5 copas, pero con él su rostro y manos, quise hacer una foto sencilla. Lo necesitaba. Dos días antes tuve el cuarto o tercer enfado de mi vida con ella y, aunque ahora ya pasado, me humilla recordarlo. Porque creo que nunca me había enfadado tanto con ella. Le habían regalado unas pequeñas tijeras de plástico para su cumpleaños y se dedicó a cortarme una orquídea de 32 flores y 5 brotes más. Tengo un vínculo muy especial con mis plantas, pues son un reflejo de mi estado de ánimo. De hecho, que aquella orquídea, que lleva ya conmigo 2 años, floreciera de una forma tan inesperada y sin parar, me lo tomé como un reflejo de pequeños pasos en mi recuperación, una pequeña remontada. El año pasado esa orquídea estaba moribunda. Y sin saber muy bien por qué, durante el encierro estalló en un arranque de vida que me tenía entusiasmada. Una flor, y otra, y otra. Esas flores que casi parecen caras. Las orquídeas casi parecen un animal. Cuando llegué al salón y la vi casi toda cortada y tirada por los suelos, me dio un ataque de ansiedad. Y lloré. Y Luz lloró. Luz y yo estamos muy vinculadas, es una conexión difícil de explicar, un amor y una complicidad que no he sentido nunca con nadie, un vínculo que trasciende todo lo que yo pueda fotografiar y escribir para expresarlo. Aquel día, el de la orquídea, lo hice mal. Todo mal. Lloré en la cama mientras ella, en la puerta, me imploraba amor, un cese de aquella pesadilla. Mi pobre niña-sol. Tras unos tres cuartos de hora que se me hicieron infinitos y en los que sentí una especie de bloqueo, nos abrazamos prolongadamente. Puse la orquídea en su sitio, la arreglé un poco. Luz sigue pidiéndome perdón por lo de la orquídea una semana después y cada vez que lo hace, me recuerda lo mala persona que fui, la inmadurez de mi reacción, la crueldad de quitarle sus objetos de apego. Me horrorizo de mi misma. Necesitaba retratarme con ella, trabajar con ella para subsanar, dejarle mis pezones para calmar, balancearla en mi cuerpo en la bañera, en la piscina. Volverla a llamar mil veces «Mi ballenata». Dormirla aferrando todo su cuerpo con mis brazos hasta que siento su respiración pausada, su mente en descanso. Comprarle helados de vainilla (es la mejor catadora de todo Madrid de helados de vainilla), leerle libros hasta la saciedad, jugar con marionetas, besarnos en los labios haciendo una ventosa que luego nos haga estallar en carcajadas.

Parece que la orquídea nos ha perdonado. Luz nunca sintió que tuviera nada que perdonar. Yo realmente no tengo nada que perdonar. En todo caso, perdonarme a mi misma.

El día de esta foto, ambas salimos a la calle con la cara naranja, el pelo naranja. Y cantábamos «Here comes the sunset just for you little baby. Here comes the sunset just for youuuu. Prettiest thing that you’ve ever seen day to night we are in between».