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Hago autostop por si el viento se lo piensa y se para a recogerme. Quiero que me lleve a la cima de las montañas, allá donde la espesa niebla lame la nieve, donde los cráteres de los volcanes esperan dormidos las órdenes desde las entrañas de la tierra.

Guille y yo hemos dado la vuelta a Islandia en furgoneta. Pasamos tantas horas en la carretera, tanto en asfalto como en caminos de tierra y piedras, que tenía que hacer una foto para guardarme todos aquellos momentos. Guille y yo, la soledad, el volante, un paisaje en el que parar cada 10km. Su belleza no nos dejaba otra opción. Por aquella carretera no pasaba nadie. La pisé descalza, agradeciendo el calor bajo los pies, las ropas despiertas por el fuerte viento. El viento. Nos traía el olor del mar, del hielo, de la ceniza, del musgo. El viento en Islandia nunca duerme.