Guille y Luz seguían hacia delante. Yo, detrás, miraba al cielo, obviando que sangraba: pequeñas heridas de posar en una tierra donde sólo crecen navajas, plantas que te gritan que ese no es tu hogar, que huyas. Sisallos, tomillo, pastizales. «Mamá, ten cuidado, ¿estás bien?». «No te preocupes por mí, Luz. Mamá siempre hace estas cosas para las fotos». Bajó hacia mí y reposó su melena de sol, rizada y salvaje, en mi pecho desnudo.

De fondo, el ruido de una mina de sepiolita se asemejaba a una mala digestión en las tripas del infierno.

Guille gritaba «¡Que nos tenemos que iiiiir! ¡Que hay que hacerle la cena a Luz! ¿Ahora qué estás haciendo ahí parada? ¿Fotos a qué?». Guille no está acostumbrado a que yo, de vez en cuando, mire al cielo. De esta forma, os dejo con la Chica Charcos, que le gusta mucho a Luz y canta esto:

«De pequeña me decían: ‘Baja de ahí’ /En las nubes no se vive /Ten cuidado, no te caigas (…)/Pero ellos no sabían lo que hay aquí arriba /Una fiesta cada día / Una escalera te he dejado en el tejado /Dile a papá que también está invitado /Sube aquí».

Guille, estaba subiendo. Ya sabes que siempre estás invitado. Mira lo que vi.