Esta foto iba a versar sobre mi diente torcido. Torcido como el horizonte en la cámara de un novato. No os creáis: es fuente de conversación en numerosas ocasiones. Tengo dos dientes torcidos que asoman fluorescentes cuando sonrío. Y porque sonrío parecen bonitos. Pero al final, mientras iba editando, me di cuenta de la cantidad de cosas torcidas que llevo encima. Hasta la sangre se me tuerce. Pensé que podría recubrirlas todas de oro, justamente porque están ahí, sin partirse. No obstante, estoy segura de que no hay vida enderezada ¿Dónde están esos botes de pintura dorada para todos nosotros?

A mis dientes los mece el viento.

Hay veces que esta corriente es una brisa que hace bailar el cabello por el rostro, otras es un huracán que te puede arrancar el tronco. Pero el mío aquí sigue. Debo de tener unas raíces que llegan al magma de la tierra, al corazón—volcán de los «Te quiero». De mis «Te quiero mucho». De mis «Te amo».