Cuando estuve en Normandía este verano, fuimos a visitar Saint Ursin, donde había un pequeño cementerio al pie de una iglesia y un tejo centenario. Quedé sorprendida de la enorme cantidad de árboles centenarios e incluso milenarios que hay por la zona. Hace tiempo que decidí viajar haciendo un turismo que se adaptara a mis gustos y lo que me gusta a mí es, ante todo, un turismo de naturaleza tranquilo, pausado, que me permita sentir las energías del lugar. Bretaña y Normandía son lugares mágicos y ancestrales, puntos energéticos de la tierra. Sentí lo mismo en Tenerife, Doñana o Islandia. Cuando entramos en aquella pequeña ermita del s. XII, me enamoré de los colores de estas vidrieras. No profeso el catolicismo, pero me siento muy en paz en los templos y pongo velas a los santitos, por si acaso. Podría sentarme horas dentro y más si no hay nadie. Siento refugio, paz, acompañamiento y protección. Jota me ayudó a hacer estas fotos y otras en las que poso desnuda. Dije, «Dios, si tienes humor, si apoyas mi arte, si esto no te ofende, no permitas que entre nadie mientras hago las fotos». Y no sólo no entró nadie, sino que mientras estaba poniendo unas velas, se presentó delante de nosotros una mariposa monarca hermosa. Volaba entre las velas, cruzó la nave alegremente, salpicada por los colores de las vidrieras. Yo creo que era alguna señal divina, así que salí feliz de aquella pequeña iglesia, totalmente convencida de que la sociedad se está equivocando a la hora de interpretar a las divinidades, sobre todo las que hemos creado de aquí a 6000 años atrás. Las energías más poderosas de la tierra son muy libres, quieren ayudar, escuchan, abrazan y compensan si danzas con su fuerza y electricidad.
