Es muy fácil torturar a los supervivientes en los hospitales, encerrarlas como a criminales en psiquiátricos, narcotizarles a pastillas (y ya de paso, facilitarles la munición necesaria para acabar con sus cuerpos), es muy fácil crear una larga lista de trastornos y convencer a la sociedad de que son patologías endógenas, que son así, que es su naturaleza. Y lavarse las manos. Yo pido que haya un plan de prevención contra el suicidio sensible, de protección a las víctimas y de sostén a lo largo del tiempo. Pido que se mire a las causas por las cuales las personas se suicidan, pero sería mirar hacia todo un sistema de opresión que mejor obviar, porque nos queda grande. No lo hay ningún plan de prevención, no funciona el 024 ni el Teléfono de la esperanza, a la vista está por las cifras de muertos. A mí quien me ha salvado la vida son Alberto y mi madre, así como muchas familias han sacado adelante a sus supervivientes sin reconocimiento ni remuneración alguna. No hay plan de prevención del suicidio. Y no lo comento ya por mi caso, que es muy reciente, lo digo por esa amiga que ha perdido a su hermana hace dos meses. Lo que tenemos en la actualidad es tortura en los hospitales y juzgados, el más absoluto abandono hacia las personas en riesgo, cero presupuesto para la formación de terapeutas y facilitarles trabajo, cero intención de ampliar las plazas de asistencia en salud mental. Pido que se resarza el daño a todas las víctimas, pido que se haga justicia hacia todos los supervivientes, hacia todos los muertos y hacia las familias de ambos grupos. Pero si tan sólo pidiera la base, que es el amor y la presencia, la sociedad seguiría entendiendo que pido mucho.