Copias disponibles en diferentes tamaños.
De pequeña había una actividad en el cole que me fascinaba. Era cuando yo había entrado en 1º de primaria en un colegio de pijos. Venía de una guardería de la que yo no guardo buen recuerdo: bolas de carne de pollo en la boca que no conseguía tragar, castigos en un cuarto de baño oscuro, mordiscos, un novio que se llamaba Juan de la Cueva y dibujos en los que debía pintar con ceras cielos azules. Pero yo quería pintarlos de rojo. Pero me obligaban a pintarlos azules. Ya en primaria, en el colegio de pijos, de vez en cuando nos dejaban hacer «Dibujos libres». Vaya, que nos daban un papel, lápices de colores, ceras, lana y poco más. Mi felicidad. Una vez me lo tomé tan «libre» que les hice un mural en la pared exterior del edificio. Me castigaron y no supe muy bien por qué, fue uno de los castigos más incomprensibles de mi infancia, os juro que el dibujo que les hice en la pared era para darme las gracias. Desde entonces siempre quise que mi casa tuviera una pared entera para que mi hije la pudiera pintar a su antojo. Hablando de casas… Guille y yo andamos como locos buscando comprar una casita en Madrid, por si tenéis algo que enseñarnos. Recordad que somos chuma plebeya y tal.
Esta es una fotografía libre, una fotografía automática, como aquella escritura que inventaron los surrealistas. Es mi cabeza en el puerperio, mi cabeza pensando que en dónde voy a estar viviendo en unos meses, mi cabeza pensando si acertaremos. También dice más cosas. Pero no las entiendo.