La llamé «Catalina»». Porque puede parecer otra cosa, pero las únicas fotos que tengo hechas con caballos, resultan ser yeguas. Nos entendemos bien. Yo no me coloco detrás de ellas, ellas procuran no pisarme. Con esta podría haber andado descalza a su lado, que sé que no me pisaría. Esta estaba llena de amor y glotonería. Le di melón y caricias: lo que quería ella, lo que quería yo. Abrazadas éramos ambas una yegua más grande, cual caballo de 8 patas de Odín. Un caballo más grande.

¿Qué significa el caballo en mis fotos? Poder, dignidad, nobleza del alma, Sevilla, viaje espiritual, vitalidad, mansedumbre.

Hace tanto, tanto tiempo que no hacía fotos en exteriores que casi se me había olvidado lo que era jugar con el sol, enfadarme con Guille porque me tuerce los horizontes o me saca el coche por detrás. Tal vez (y es lo más seguro) es que yo soy una mala directora. Tal vez se me ha olvidado la danza bajo la vitamina D, bajo esa luz sanadora de atardecer, frente a Guille intentando dar lo mejor de sí mismo bajo mis directrices. Justo este momento registrado es especial. Porque ella se quedó quieta mientras yo le rascaba el cuello, se quedó inmóvil en ese abrazo. Sentimos que éramos Presencia bajo la unión de dos soledades.