Maquillaje: Simonne Silva.
Modelos: Alberto Anaya y yo.
Viet Ha tuvo cierta intuición, no sé si consciente, de reunirnos las cuatro: a Simonne, a Karola y a mi. No sé si es que le está pasando a todes, pero creo que el grueso de mis amigues está atravesando por un mal momento. Cuando sufrimos, tendemos a no pedir ayuda. Hacemos bolita en la cama y dejamos que nos pase el huracán por encima. Yo tengo una gran suerte. Bueno, tengo muchas, pero a veces tendemos a focalizar más en lo malo que nos sucede que en lo bueno. Entre mis suertes es ver cómo mi entorno de seres queridos no me está dejando caer. Empiezo agradeciendo a Viet Ha que nos sacara a hacer fotos aunque hiciera 4 grados.
Tras estar al borde de morir de hipotermia, hay que reconocer que mereció la pena. Alberto se vino conmigo y no desaproveché la ocasión para retratarnos juntos. Porque junto a mi madre (que no se deja fotografiar tan fácilmente, ¡Pero lo conseguiré!), están siendo ese rojo amapola, ese naranja que son damascos en mi paladar, ese amarillo Sol, ese burdeos de sangre viva, esos colores cálidos de mi presente. Mientras tanto, el frío es visible cual sinestesia, la niebla se cuela entre los dientes, nos fumamos el aire de un otoño que muere para dar paso a la bella crudeza del invierno.
Mantis se posan sobre nuestro cuerpo, mirandoos, mirándonos con sus cinco ojos. Dos drandes ojos y tres más pequeños en el medio de la cabeza. Esos ojos se utilizan para detectar la Luz, mientras que los ojos grandes son para ver el movimiento y tener una visión profunda de la realidad.
Al llegar a la noche, las sábanas manchadas de sangre me trajeron la menstruación, otro óvulo que caía como una hoja seca, para dar paso a otra estación corporal. Y en la piel, el luto de lo que fueron, el luto por lo que fuimos.