Estaba deseando ir a la playa, llegar a esa frontera que tanto me persiguió en el momento de mi muerte. En ese estado de vida y no vida que no tiene nombre y que no me quito de la cabeza. Un contacto de instagram me dijo que la playa y el mar en meditación es un lugar de tránsito. He querido volver a ese momento de paz para encontrarme, para preguntarme qué quería, qué me había llevado allí. Puse el oído en la tierra para escuchar, para lamer con el oído ese sedimento que el mar todos los días chupa.
Tenía que volver, es lo que me respondió la arena, es lo que me escribía el mar en el cuerpo con sus olas dentadas. Guille salió abrasado de ese viaje, de una forma inexplicable. Supongo que ese lugar no era el suyo. Aquel viaje lo tenía que hacer yo y sólo yo comprendería el impacto que tendría en mí. Los dientes del mar susurran «vuelve» y se alejó, atraído por la luna, aguas adentro.
La foto está volteada porque he fotografiado un lugar al que han acudido pocos: el negativo que supone el otro lado del espejo.