El bosque nos daba un concierto para quien quisiera escucharlo. Yo escuché cómo las hojas, las ramas y la tierra hablaban entre sí. Nada más pisar aquel lugar supe que el fin de mis días querría pasarlo en un bosque como aquel. Era de estos lugares que parecía un templo de naturaleza, un lugar en el que basta con murmurar un deseo para que sea escuchado. Jota me llevó hacia una haya ancianísima, prácticamente milenaria y supe que en ella descansaba una diosa. Posabas una mano en su tronco y notabas cómo palpitaba. No tenía pensado hacer ninguna foto y Jota me animó. El caso es que empecé a posar y a posar, a buscar la foto y por más que la buscaba en la cámara, no encontraba la adecuada. La improvisación no estaba funcionando. Así que me acerqué al árbol y le susurré que me propusiera una idea. De repente, sentí que algo me decía por dentro «Estás empeñada en que tus piernas sean las raíces, ¿por qué no pruebas con tu pelo? Que tu cabello sean las raíces». Y salió esta foto.