Me sobra la piel. Esa piel que yo misma y el tiempo hemos traicionado, yo al no reconocer que me habita, el tiempo por ajarla, como hace con todo. La cambiaría por una piel negra como el magma, por una completamente blanca cual diente de leche, por otra cetrina y tostada, así, como una crema de castañas. La mordisqueo como si fuera la cáscara dura y áspera de un fruto, de esa que arrastramos con los dientes o las uñas en la búsqueda de lo más tierno.