Hace nada hemos tenido el Día Mundial de la prevención del suicidio. Muches me escribisteis para que dijera algo, pero primero tenía que entender por qué estaba enfadada. Por qué sentía ira, rabia e indignación. El intento de suicidio más grave que he tenido en mi vida fue en febrero del 2019 y me costó un mes en la Fundación Jiménez Díaz, lo que me convierte en una superviviente de suicidio. Ahora tengo claras las causas, pero por aquel entonces nadie se molestó por indagar, así como nadie, en la actualidad, se molesta por indagar o por activar protocolos cuando te encuentras ante una persona que pertenece a un colectivo vulnerable, porque en los suicidios hay un alto porcentaje de injusticia social. Yo tenía depresión postparto, sufrí violencia obstétrica en el Hospital Quirónsalud San José, estaba maternando sola, llevaba dos años sin dormir con insomnio, estaba a cargo de un hogar que le permitía a mi pareja tener una carrera laboral exitosa, intentaba salir adelante como artista en un mundo que tras la maternidad, te aisla, y de repente, tras parir, toda mi infancia se me echó encima. Por último estaba la mala relación que mantenía con Guillermo, que yo me empeñaba en sostener e idealizar. De esto me doy cuenta ahora, pero en el momento, a nadie le preocupó nada. De hecho, lo más común es que te cuelguen un trastorno y tu entorno y sociedad se sacude toda responsabilidad.