Esa noche había dormido pocas horas. La ansiedad y la angustia. No se van. Fui a darme un paseo a las 2:00 de la mañana con Milka y Menta por un camino que hay cruzando la gran carretera. Estaba tan oscuro que sólo el sonido de las patas de mis perras me guiaban por un sendero que no sabía si era recto, si giraba a la izquierda, a la derecha. Miraba las estrellas. Desde esa zona de Toledo se veían muy bien. Les pregunté que por qué, pero en tono normal. Me pregunto si escuchan hasta cuando lo pregunto, sin fuerzas, con el pecho «¿Qué hay detrás de estos destierros que yo veo en el mundo exterior? ¿Qué bondad o utilidad del invidividuo, de la cultura, de la tierra, de la naturaleza humana se ha matado o yace moribunda?» Esa noche dormí 4 horas, por lo que las clases de canto de mi hermana pasaron totalmente inadvertidas cuando al día siguiente caí en 3 horas de siesta. Una siesta de coma. Me desperté despejada, descansada. Cámara en mano, me deslicé descalza por las escaleras de mármol. Da igual que haga frío o calor, siempre estoy descalza. Lo siento, abuela. Todavía descalza y con «esos pelos» sueltos. Esas escaleras de mármol como las de Sevilla, fresquitas, esas que te recorres de memoria a ciegas. Abajo estaba mi hermana Mónica durmiendo la siesta. Mentira. No había podido dormir. Su rostro cansado lo lamentaba. «Espera, no te muevas, que te hago una foto». Decir esto con mi hermana Mónica es un riesgo, porque le gustan regular mis fotos, amén de no gustarle posar para mis fotos. Pero aquí hemos venido a jugar, yo siempre lo intento: si no fotografío a los que amo no quiero ser fotógrafa. Si no fotografío a quienes me marcan y llevo dentro no serán tatuajes en la mirada y por ende, en la memoria. Dijo que vale. Yo creo que porque estoy vulnerable y no se atrevía a decirme que no, «Mira, que haga lo que le dé la gana», debió pensar. Y con tan poca luz, en un enfoque manual, le hice unas pocas fotos. Wenda Amor, «La oscura», su perra guía, vino a besarla. Tengo un par más que quisiera editar, pero me quedo con esta escena que se me antoja un cuadro de un momento sincero, de agotamiento, de balas que rebotan sobre mi familia, de los veranos pegajosos en los que uno hace una caracola estival para salir a cenar en la clemencia de la tarde noche.