Desde que era bebé, siempre he editado fotografías delante de mi hija. Se las enseñaba todas. Cuando pudo hablar, empecé a anotar las pequeñas observaciones que hacía, desde su más pura inocencia, vacía de juicio. Una de los aspectos más llamativos es que yo rara vez tapo mi rostro en una foto. Es muy clásico entre mis compañeras: no querer enseñar la cara en los autorretratos. Yo siempre muestro la cara, aunque sea una herida abierta. «Mamá, otra vez te has vuelto a tapar la cara». Me quedé de piedra. Más que por el taparme la cara, fue por el «otra vez». Porque la última vez que lo hice, fue justo hace un año. Cómo tiene esa memoria… «Te han puesto en el rincón de pensar». Paso de la ternura a la ira contenida. Siguen poniéndola en el rincón de pensar. El castigo clásico que consiste en aislar a une niñe porque «se ha portado mal». Y es verdad, me están castigando. No tengo mejor intérprete que mi hija. El castigo es en sí mismo un acto de sometimiento, imponer una voluntad que disiente de la nuestra. Y lo impone alguien que se sitúa jerárquicamente por encima de nosotras. Y así la agresión se blanquea: no te están haciendo nada malo, sólo te ponen a pensar. Porque pensar es buenísimo si has sido mala.Hice esta fotografía durante mi estancia en Toledo con mi hermana, como un pequeño ejercicio en directo. Mi hermana me ayudó a grabar. Era el sofá de la madre de su marido, tiene un valor. Luego la foto va cogiendo entidad, la famosa pregunta odiosa «¿Qué quiere decir esta (ponga aquí X obra)?». Yo no sabía qué quería decir esta foto ni por qué la hice. Pero estaba claro: retrataba el castigo.«Luz ¿Y tú piensas cuando te castigan?» Sonríe pillina, como quien se ha saltado una orden. De adolescente puse a mi hermana Emma una vez en el famoso rincón de pensar. Me acuerdo perfectamente «Mana, ¿me perdonas? Mana guapa, te quiero. Mana, ¿puedo levantarme?». Yo, en la inmadurez de mi adolescencia, en la normalización del castigo, me reía con ternura. Casi dos décadas después, mi hermana me gritó «¡¡Pues que sepas que cuando me poníais en el rincón de pensar no pensaba nada!! ¡¡NADA!! ¡No servía de nada!».No sirve de nada. Dejad de castigarnos y ponernos en el rincón de pensar. No sirve de nada. Más que para hacer daño, humillar, sentir que estás por encima de alguien… y sonreír entre camaradas porque justamente, no has pensado nada. O gritar en un silencio contenido de años, que es un acto que duele y es inútil.