Yo nunca fui la favorita de Dios.
Tampoco la de Satán.
Porque hasta para hacer el mal, todo me sale mal.
En la derrota y en la ira
todo se queda dentro.
Hasta el viento.
Nada, absolutamente nada que ayudara
a expandir mi crueldad.
Ni un mísero demonio
que entrara en tu pecho
y lo sacudiera una noche.
Sólo una.
Una de no dormir porque el dolor te arrancara el alma
sin arrancarla.
Ya sabes:
Cuando te parten el corazón sin quebrarlo.
Cuando te mueres y aún respiras.
Cuando te arde la boca y aún salivas.
Cuando tienes piernas y no puedes andar.
Mis intenciones suelen ser un espacio desértico
con horizontes a ningún lado.