He pasado un verano hermoso. No he disfrutado tanto de mi hija, de mi familia y mi tiempo libre en años. Yo nací para el placer, la curiosidad y la risa en un sistema equivocado. Nací para ser un animalillo desnudo en el bosque y a veces se apodera de mí una mirada animal, incluso de niña, que observa lo inexplicable ante sus ojos. Una mirada genuina de no entender, de creer firmemente que tal o cual obligación no va conmigo. Afortunadamente me ha salido una vacante de un año en un instituto, pero es un puesto de trabajo que me lleva al límite, que me reta y desafía, punzando fuerte en mi energía, ritmos o forma de entender la educación. Así mismo, esta semana he estado preparando la defensa de una nueva demanda de mi ex que, aunque no lo cuente ya tanto en redes, sigue tras seis años empañando mi vida. Aunque no lo cuente ni lo llore por aquí, sigue siendo una losa en mi cotidianidad. En esta foto juego con la corriente de un río, pidiendo que se lleve de mi presente y futuro todo daño, que se lo lleve al mar y se lo coma todo las olas.
