Modelos: Sonia Señorans y yo.

Cada vez que tengo dramita subo a Galicia. Lo escribo en diminutivo por hacer humor, porque, entre muchas cosas, sin humor no habría salido de esta. O habría salido muy mal parada. Cuando necesito pensar, encontrar mi eje, descansar, dormir, comer bien, conversaciones sabias y conexión con la madre tierra, me vengo a casa de Sonia en Vilagarcia de Arousa. Conocerla en persona, convivir con ella y crear con ella ha marcado un antes y un después en mi vida. Porque me es refugio, cuidados e inspiración. Mis amigas tienen muchos puntos en común: son raras, especiales, inadaptadas y con varias fobias, potencialmente creativas y con una carga de sufrimiento que poco locas estamos. Todas han pasado por procesos que ninguna persona debería pasar. Ninguna buena persona. En esa no – normatividad, en esa diferencia, me siento amparada, siento que puedo fluir, no me siento juzgada. Es más, siento una confluencia de energías. Estar con Sonia es vivir en constantes sincronías: «Mira la textura de esa pared…», «¿Viste esas fotos? Estaba pensando lo mismo?», «La luz que hay en esa secuencia…»,, «Ese encaje, esa puntilla…», «Esa actriz para fotos sería la hostia», «Cómo se marcan los volúmenes en esa espalda», «Pues a mí cómo baila ese es como más me gusta». Y así vas por Castro Alobre y… «Es que mira esas raíces, esos troncos, la luz que se filtra allí al fondo, esas piedras, ay, cómo huele». En medio de un bosque que murmura un lenguaje ancestral, que nos abraza el dolor y la amistad y nos invita a ser parte de esa fiesta de energías y sentidos.