Modelo: Alberto S. Anaya.

He titulado este retrato como el pueblecito que visitamos. Hemos estado en el corazón de Asturias una semana, buscando refugio emocional. No queríamos turismo, no quieríamos visitar, queríamos pura conexión con la naturaleza, sanar, lamernos las heridas, estar en paz. Lo primero que hicimos fue meternos a una aldea, a hacer una ruta sencilla, donde acabamos todes en un río con nutrias… imaginaos: estar en pleno bosque, en medio de un río, rodeados de bruma… y algún oso espiando. Truena «¿En serio eso que ha sonado por ahí era un trueno?». Hacemos unas fotos rápidas en el riachuelo y volvemos andando bajo la tormenta, calados hasta los huesos, hacia el coche. De camino, le calé un beso. Incendios en toda la península, incendio en mi corazón. Hace tiempo que no publico fotografías bajo una temática amorosa porque lo que siento por Alberto fue un secreto desde un principio, allá en el 2019. Hemos vivido más de dos años escondidos por temor al juicio de los demás y también por el enorme daño que hice romantizando durante una década al padre de mi hija en fotografías y textos. No me dejaba fluir, no quería volver a permitirme sentir o expresar en redes sociales que amo. Que lo amo. Los hombres, hombres son. Pero me voy a permitir salir de esta cueva emocional y decir, en texto y palabras, que estoy enamorada, que me quiero dejar querer, que me quiero dejar cuidar, que me quiero entregar al mimo, que quiero volver a fotografiar el amor con la misma ingenuidad con la que lo hice durante años y años. Llevo mil sin hablar de mi vida amorosa personal, por puro terror a los juicios y represalias, por puro terror a recaer en el amor romántico. Pero me voy a hacer ese regalo, el de derramarme sentimentalmente. Soy menos inocente, estoy más empoderada, estoy más alerta, pero si sigo negando que estoy deseando amar… eso sí que sería enfermar.