No voy a la playa a tomar el sol. A mí no me gusta el sol. El único sol que me gusta es el del Tarot, la clave o el que veo en los ojos de mi hija. Si entran rayos de sol por la ventana, me pongo de mal humor, si está nublado, me levanto con ánimo. Hay gente así. Tengo pluviofilia y miro insistente varias páginas y aplicaciones de metereología que me digan cuándo vienen borrascas. Voy a la playa a sentirla. Y también hay gente así. No quiero ir en bikini (¿qué es esa mierda?), ni quiero un mojito, ni una hamaca. Tampoco chiringuitos, mucha gente ni música sonando. Para qué, si el mar ya me toca un concierto. Voy desnuda, porque la naturaleza va desnuda y yo soy naturaleza. Voy con vestido largo y de gasa si es verano para no quemarme. O con falda y vestido porque no uso pantalones. Leo la arena, me dejo velar por el viento, recojo conchas, piedras o cristales desgastados por el mar porque es una actividad que me relaja y porque luego en casa me recuerdan a un momento bonito. Entre el sonido del mar y la atención plena, libero la mente. Estas son fotografías de buenos recuerdos en el #playondebayas de Asturias, preciosa, grande, limpia y apta para perros. Se respiraba un clima de felicidad y descanso generalizado. La gente estaba desconectado, feliz, de sus realidades durante una temporada y yo viví ese momento de sonrisas, ladridos, morros llenos de arena, pelotas y palos de acá para allá, agujeros.

Personas y canes que corren con las olas.

Familias enteras al sol. La Milka en su trinchera flanqueando el Este, Menta protegía el escuadrón del Oeste, Ron exploraba el sur… y nosotros… nosotros intentábamos no perder el Norte.

En estas fotos, ayudada por Alberto, sentí algo de felicidad. Ponédmelas cuando me la quiten.