«Como era de esperar, el pez estaba muerto. Toda aquella gran diversión se esfumó en aquella gran playa vacía. Sentí nauseas y mi hermano soltó una palabrota. Sugirió que tiráramos los restos del pececillo al mar, pero no me atreví a tocar, así que corrimos de vuelta a la playa y Papá, sin levantar la vista de su libro, nos dijo «Habéis hecho algo malo, lo sé». Max Porter.

Esta foto habla del duelo, del mal y de la muerte. Para esto me avisan siempre los pájaros. Lo hacen desde que yo era una niña. Recuerdo el día en que empezaron a avisarme en serio. Muy en serio. Recogí una urraquita que se había caído del nido. La cuidé, la alimenté, la enseñé a volar. Volvía a mí y se posaba en mis brazos. Me picoteaba los pendientes. Cada día estaba más cerca de una libertad que ella misma iba conquistando día a día. Se me daba bien sacar a los polluelos adelante. Polluelos de muchas especies. Pero una mañana, cuando me disponía a llevarme a aquella urraca de nuevo al parque, apareció muerta. Luego vino algo horrible. Muerte, abandono, hospitales, psiquiátricos. Los pájaros habían hablado. A veces la naturaleza me habla. Llamadme supersticiosa. Me da igual. Tienen tres formas de enviarme mensajes. Si nacen, es que algo va a nacer en mi vida. Una vez dos vencejos anidaron tres veces en la parcela: en mi vientre se gestaba la Luz. Me sincronicé con los pájaros, ellos quisieron enseñarme que yo también traería al mundo a alguien que, sin alas, volaría mucho y lejos. Luego se empeñan en cantar cuando yo no quiero. Son unos cheerleaders a los que nunca he llamado. Pájaros pesados y entrometidos que se empeñan en decirme que todo está bien. «Saaaal de la camaaaa, toooodo irá bieeeen, luchaaaa, ¡ya lo verás! ¡Saaaal de la caaaama!». Qué murga. Estos suelen ser los mirlos.

Una vez Guille me regaló una ilustración de un gorrión muerto atravesado por una flecha. Mientras os escribo, la veo. La tengo justo en frente. Soy yo. «Esto es muy Leila, dijo él».

El lunes me encontré un gorrión macho muerto en la puerta de mi casa. Me estremecí toda. Lo cogí… su cuerpo aún caliente… y en la cuna de mi mano, lo subí a casa. Estaba pasando algo malo. Algo malo iba a pasar. Vino a avisarme. Y le entendí. Vosotros, sí, vosotros, sabéis quiénes sois: Habéis hecho algo malo, lo sé. Habéis matado. Pero como diría Max Porter, «El duelo es esa cosa con alas». Dejo que me abrace, que me atraviese, que me lleve lejos. Y que todo el mal que me habéis hecho, que nos habéis hecho, os sea devuelto. Quiero y deseo que os sea devuelto lo mismo. No pido más. No pido menos. Os dejo. Hay pájaros desde mi ventana que me dicen que salga de ahí, que todo irá bien. Que las hormigas tienen hambre.