Hace tiempo que no lo siento así, pero mientras editaba estas fotos pensé que quiero quedarme a vivir en ellas. Desde que fotografío momentos felices, de paz o de amor, suelo desear que la fotografía fuera una ventana a un refugio del pasado. En cierto modo lo es. Cuando me anestesiaron en el quirófano me dijeron «Piensa en algo bonito, un recuerdo bonito». En meditación, para activar energías positivas, te invitan a perseguir cada rincón de tu memoria en la búsqueda de un instante placentero.
Era una tarde perfecta en Vilargarcía de Arousa. Era perfecta porque era Vilagarcía, porque sentía que los tentáculos de Madrid no podían alcanzarme en ese lugar, porque allí vive Sonia, porque tienen un bosquecito mágico al lado de su casa y porque la luz era idónea. El bosque emanaba frescor y luz turquesa, podías sentir el abrazo de los árboles y su respiración centenaria y cadenciosa. Tras hacer unas fotos juntas, hicimos un pequeño vídeo de making-of… y rara vez pasa, pero creo que el vídeo es mejor que las fotografías, quizá por el sentimiento de amparo y ternura que sentía en ese momento. La roca tierna y húmeda bajo nuestros cuerpos. Alberto dice que le recordaba a una roca donde se hacían sacrificios y pensé que de esa condena, pena y esfuerzo, Sonia yo entendemos bastante. Aunque yo creo que con ella han sacrificado a una Diosa y me la han entregado.