Aprovechando que Beatriz Ocampo escribió un muy oportuno artículo en Píkara magazine, voy a hablar de mi experiencia como víctima de la psiquiatría y de la gravedad de que nos endosen un diagnóstico psiquiátrico que no tenemos o erróneo. Recuerdo la primera vez que me dijeron que lo padecía. Me lo creí a pies juntillas, como la inmensa mayoría de las personas e hice de esa supuesta enfermedad una bandera frente a mis problemas. Todo mi sufrimiento tenía una explicación y esa era que yo estaba trastornada. «No importa que no tengas todos los rasgos, con dos o tres es suficiente». Entre los rasgos de TLP que tenía era la ira, ansiedad, depresión y ganas de morirme. En una mujer es un trastorno, en un hombre la ira es lo normal y si está deprimido es que es muy sensible. Y a correr. Hacernos entender que nuestras emociones más pesadas son una enfermedad y patologizarlas está a la orden del día. Esto resulta llamativo cuando la mayoría de las que sufren el yugo de un trastorno psiquiátrico son mujeres. Y es que como señala Ocampo, el TLP es la nueva Histeria del s.XXI. Es más, el 85% de las empastilladas, también son mujeres. Esto sucede en el campo de la psicología y psiquiatría cuando la persona que te está tratando no tiene perspectiva de género. Siempre he defendido que no existen los trastornos, existen las opresiones, de ahí que el perfil de persona que más intenta suicidarse o se suicida sea mujer, trans, racializada, migrante, pobre y lesbiana. Las personas más vulnerables no sólo tienen que soportar diversas opresiones, sino que además tienen que aguantar cómo se las responsabiliza de su sufrimiento desde una institución incuestionable. Yo no quiero escuchar que necesitamos más psicólogos, quiero escuchar que vais a acabar con la raíz de todos nuestros problemas: aporofobia, capitalismo, LGTBIQ+ fobia, racismo, machismo, clasismo, fascismo, transfobia, etc. Amiga, date cuenta: es normal que sientas rabia, que sientas ira, que quieras gritar, que te enfades, que llores y quieras romper cosas. Porque poco locas estamos. No, no estás enferma. Estás reaccionando ante la violencia sistémica como un ser humano. Quienes no se deprimen son los psicópatas, narcisistas y sociópatas. Esos se proyectan en la sociedad como personas educadas, adorables, mantienen la compostura, no se hunden, están bien integrados y no se deprimen porque no sienten ni empatía, ni compasión, ni sienten ni padecen. Es más, con el enorme daño que hacen en la sociedad, ni siquiera se considera un trastorno de la personalidad. No, no tengo ningún trastorno. Y probablemente, tú mujer que me lees, tampoco lo tengas. A mí me costó legitimar mis sentimientos y emociones, me costó sacudirme que estaba loca. A día de hoy en los juzgados me obligan a sostener que tengo un trastorno que no tengo, porque un día un señor en una hora decidió que lo tenía. La extorsión es máxima «Si no aceptas el trastorno, nunca te curarás», ¿Curarme de qué, mandamases? ¿De rebeldía? ¿De ser persona? ¿De ser diferente? ¿De enfrentarme a un hombre? ¿No será que molesto? De lo único que me tengo que curar, sus señorías, es de haber pensado alguna vez en mi vida, que un hombre merecía el premio de mi muerte.