Cuando bajé en Vilagarcia de Arousa, abracé cálidamente a Sonia. Ella es hogar, aunque mentiría si no os dijera que la Ciudad de las Camelias me trató como si hubiera recibido un cachorro aterido. «Te estoy haciendo la cama, limpiando las mantas». Y llegar a ese cuarto donde ella hace sus fotografías y sentir un refugio. Mi cuerpo se vino abajo, la mandíbula se distendió, el móvil me sobraba y comiendo frutos secos, fruta, yogur de lima y almendras, nos dieron la madrugada. Tanto de qué hablar… Me duché con el agua a presión e intenté que la culpa se fuera por las alcantarillas. Culpa porque desde que tengo miedo a no poder pagar facturas, siento culpa si me ducho larga y placenteramente. Y doy las gracias por tener un techo. Doy las gracias por primera vez en mi vida por tener una puta alcachofa de la que sale agua caliente. Qué privilegio. Me duché larga y placenteramente. Probablemente algo me quitó el agua, porque dormí. Salvo algunos motivos laborales que me tuvieron al ordenador un rato a la tarde, no quise salir de la casa, sólo descansar y comer, «Tienes la piel más aterciopelada, más sonrojada» y el espejo dejó de devolverme el reflejo de una calavera. Pues no, no me iba a quedar para siempre así. La ojera del ojo izquierdo ya no estaba. Había momentos en los que el sufrimiento psíquico me invadía, como lleva pasando de forma indisoluble desde hace 430 días. Luego me llevaron a ver el mar y ese vínculo que tengo con el agua, símbolo de muerte y vida, frontera entre ambos estados, se me rebeló salvaje en el Atlántico. Marea baja, una puesta de sol que me pedía promesas o la confirmación de las mismas. Me descalcé y mi cuerpo gritó miles de gracias por sentir la arena bajo mis pies, «¡Mirad! ¡Berberechos!». Y Óscar y Sonia rieron, «Gritó la de vallekas, la de Madriz». Madrileños, nuestra Sierra es una fantasía, pero algo tiene el mar, algo de catártico, algo que se lleva mar adentro cuando baja la marea. No tardé en recibir desnuda a aquella natura que me recibía desnuda. No tardé en dejarme llevar, montaraz, hacia la atracción de lo salvaje.