“La mejor tierra para sembrar y hacer crecer algo nuevo otra vez está en el fondo. En ese sentido, tocar fondo, aunque extremadamente doloroso, es también el terreno de siembra”. «Mujeres que corren con los lobos», de Clarisa Pinkola.

Tocar fondo es lo peor que le puede pasar a una persona ¿Puede haber algo peor? Cada uno sabe los motivos por los que se llega muy abajo, o los motivos por los que nos soterran. Tocar fondo es llegar al límite de nuestras fuerzas, es darse de chocazos contra el noveno círculo del Infierno, es perderlo todo, hasta la esperanza. En mi caso es sentir cómo tensan ese cordón umbilical invisible que me une a mi hija. Pero como no se rompe duele, duele, duele. Aceptar que vas a tener que luchar lisiada por lo más amas y deseas. Pero aunque sea a rastras por toda la tierra, amasando con mi propio cuerpo, cara, torso, rodillas y pies por el fango, voy a alcanzarla. Cuando me quitaron al cachorro de los brazos lancé tras el portal un aullido «Leila, por favor, no llores, no, aquí no, que nos va a ver todo el mundo». Mi madre, mi cuerpo en sus brazos y sus múltiples formas de ser Pietá. Muchas veces, en ese dolor de madre que ya no procede sólo de la psique, sino de un instinto muy primitivo que se desata al parir, despojada de mi criatura, me quedaba mirando al infinito con los ojos enrojecidos, la cara blanca, las ojeras por barbilla ¿Qué más podemos perder cuando lo hemos perdido todo? ¿Cómo soportar tanta violencia? En ese momento, surge algo nuevo, algo mágico incluso, una transformación sin anestesia a nivel celular y energético. Me froto fuerte todo el cuerpo, que salga la piel a jirones para borrar todas las veces que me ha tocado. La mujer serpiente dejando atrás las escamas que la acorazaban, reconstruyendo unas nuevas. Me quedo desnuda en el lienzo de mis carnes entintadas, me despojo de mis pesos muertos para ascender, para crecer mucho más fuerte. Sí. Más de lo que ya lo era antes. Es lo que tiene ser una mujer libre, que nos lo pueden quitar todo menos nuestra propia naturaleza. La mía es indomable, así como todo lo que sale de mi. Tanto reptando como en el cielo, es un instante donde la mujer salvaje puede emerger en toda su esencia. Sólo avisar que estoy de camino.


Escucho «Preso (Cap.6: Clausura), de Rosalía.