Modelos: Alberto Anaya y yo.

Todavía no sé cómo ponerle en el móvil. A Alberto. No le pongo Alberto porque suena a nombre de persona. Y no sé. Alberto es molicie, aire, alas. Quien llame a las mulas tercas es porque no conoce a Alberto. Tiene 34 años, es géminis (tiemblo), no tenemos amigos comunes y le vi por primera vez frente a una floristería en Tirso de Molina. Se coloca detrás de mí y me toca la guitarra en el tórax. La madera me vibra en las carnes, como un gato enorme ronroneando entre mis costillas. Tampoco tiene callos en los dedos de tocar. Un misterio. Sus pájaros favoritos son el colibrí y el ganso del Nilo. También es una enciclopedia de garitos veganos en Madrid.

Enoclofobia y ligirofobia en Lavapiés. Se me nota mucho la neurodivergencia. No lo recuerdo bien, pero sé que lo dije en medio de la multitud “Tanta gente”, “Ese ruido, esa música, ¿de dónde viene? ¿dónde está?”. Y Alberto me preguntó si quería un abrazo. Y yo, que soy distante, que no saludo con besos, que me cuesta dar la mano, que me angustia el metro cuando va lleno y me tocan y rozan por todas partes, que sólo confieso ser libre en el contacto con Luz y los animales no humanos, que no voy a festivales de música por la muchedumbre, me sorprendí diciéndole que sí. Que me abrazara. Y en medio de todo el gentío y aquel sonido horrible, me abrazó. Creo que también le abracé. Y sentí hogar y hoguera ¿sabíais que “hogar” procede de la palabra “Fuego”? A veces la casualidad son los padres. Le conocí en el peor año de mi vida. Ya no estaba Bárbara. Ni Alba. Ni Mara. Sí mi Laura, salvaje, a Dara, loba blanca, mi Mewy, mi Sagrado Corazón, mi Alí, Poesía siempre, Puchi y su son(risa) de cielo. Y ahora os presento a Alberto.