A mí siempre me gustó que los huracanes tuvieran nombre de mujer, así como me fascinan deidades como Sekhmet o Kali. Mujeres que arrasan con todo. Después de un genocidio de más de 5 milenios, permitidme esta pequeña fascinación alegórica. Alegórica porque real no puedo permitirme ninguna si no es más allá de para mis adentros. Me encantó leer que en 2014 un estudio realizado en la Universidad de Illinois concluyó que los huracanes con nombres femeninos causaban un mayor número de víctimas que los eran denominados con un nombre masculino. El motivo es que la población no los tomaban tan en serio, por lo que relajaban las medidas de protección. Tal cual lo leéis. Los científicos analizaron los datos de las tormentas que habían azotado EEUU durante más de seis decenios, y concluyeron que las que tenían nombre de mujer habían matado a casi el doble de personas. Los resultados de la investigación instó al Centro Nacional de Huracanes de EEUU a poner énfasis en la importancia de fijarse en la categoría de las tormentas tropicales, no en su nombre. La historia contiene un karma maravilloso. De los creadores de no subestimar al enemigo pequeño, llega el no subestimar que tenga nombre de mujer. Luego resulta que no somos huracanes, que somos mujeres y nos barren. Pero me gusta inspirarme en estas historias como un guiño de la propia natura. Los vientos a más de 250Km/h nos susurran a toda velocidad y en bucle «No estáis solas».