Modelo: Mónica Amat Ortega

Una de las cosas que más me gustan en esta vida es estar en remojo. Si fuera rica, el único capricho innecesario sería darme dos duchas largas, una a la mañana y la más larga, a la noche. Hay varias formas de meditar y uno de mis favoritos es en la ducha. Agua bullendo en invierno, glaciares en verano. Y salir con la tensión tan baja que lo único que me queda es meterme en la cama a hacer mi ya rutinaria meditación con piedras, 7 en cada uno de los puntos energéticos. En verano me ducho con agua fría y no me seco. Si es posible, duermo con una camiseta mojada y repiro en medio de una de las zonas la capital más contaminadas como si estuviera en un bosque. He aprendido a salir desnuda de la ducha y mirar mi cuerpo con amabilidad, a dormir desnuda sin que ninguna de mis partes erógenas me despierte o me genere rechazo. Una de mis actividades favoritas en un hotel es darme el placer culpable de darme un baño. O tirarme una hora sentada en la bañera, con el agua repicando sobre mi cuerpo, en un buen intento de perforar mis huesos y que yo también me vaya por el desagüe.

Aquí fotografío a mi hermana Mónica, que aún siendo casi ciega, tiene mucha conciencia de su corporalidad, sabe posar y es plenamente consciente de los encuadres. Este es uno de los milagros de su discapacidad. Posa con soltura, siendo ella misma, siendo la mujer en la que se ha convertido y de la que me siento muy orgullosa. El otro día me hicieron uno de los mejores regalos que se me pueden hacer: llamarme a un spa. La conexión con el agua, canal entre la vida y la muerte, cuerda floja para entrar a otras dimensiones. Por eso digo que es mi forma de meditar, bajo el agua. Adoré estar las dos metidas en una sauna «Frótate toda la piel, que salga toda la roña», «Yo no tengo roña, qué dices… ah hostia sí. Qué asco». Risas. La sauna es el espacio del autocontrol respiratorio y cardiaco. A mí la húmeda, por favor, como el camino que elegí para la alquimia.

Hablando con mi compañera Ginebra Siddal, que estaba haciendo una proyecto de mujeres en el baño, nos preguntábamos ¿cuántas veces habéis acabado llorando en la ducha, mientras vuestro maltratador roncaba en la cama u os escuchaba llorar, indiferentes? ¿Cuántas veces os habéis ido a llorar al baño, de niñas, de adolescentes? Poco se habla de ese refugio, un lugar que parece estar predestinado para que las mujeres suelten toda la mierda.