María Olga sabía que la vida era un recorrido del cielo al infierno y vuelta a empezar. Sofía decía que tenía los ojos blancos de tanto mirar las nubes. O tal vez tenía la mirada velada de una época en la que sólo veía el cielo y ahora, desde el agujero, los ojos le brillan como un eco de una época en la que ella era feliz. Una época en la que Olga, arena en las manos, pensaba que la vida era lo que no era. Pero la infancia era ligera como un cartílago. Ahora vagaba de la mano de su amante por los círculos del infierno y de su mano era feliz ardiendo, espectadoras de Virgilios y Dantes, danzaban con las brujas. Las más bolleras de todas las bolleras, las más perras de todas las perras, las zorras más tiernas de entre todas las mujeres reincidentes.