Todo lo que sucede en el baño, entre lo que me gustaría que pasase y lo que no pasa:
Me gusta poner una pastilla azul en el retrete, para que el agua salga azul y huela bien. Odio las amarillas, no tiene ningún sentido que el agua salga amarilla.
Me gustaría ser un poco estreñida para leer en el baño. Es un gusto. Pero no. A veces lo he intentado, pero soy tan rápida que no llego ni a la mitad de un artículo, ni a media página de un libro. Y me jode un montón.
Desde que tengo perros, rara vez puedo hacer mis necesidades sola. Bueno, en realidad, tampoco desde que tengo a la niñe verano. Me pregunto por qué tanto odio, si yo les quiero.
En el baño lloro. Y mientras lloro me miro al espejo, por ver si me da vergüenza y paro, por ver si me veo lo suficientemente lamentable como para parar. Pero no.
En el baño me maquillo y me pongo divina de la muerte. Recientemente he aprendido a pintarme los rabillos de los ojos y creedme: me quedan como a las diosas.
A veces follo. Y también me encanta mirarnos en el espejo. Si no es un baño con espejo no quiero follar.
Es la única estancia de la casa donde si digo desde dentro que me dejen en paz, me dejan.
Es la única estancia de la casa donde nunca me desenrredaría el pelo.
Me gusta ducharme hasta llenar el baño de vaho, hasta el punto de convertirme yo también en vapor. Todo esto lo hago siempre en silencio.
No canto en la ducha. Ni me ducho de pie.
Me bebo el agua directamente de la alcachofa, bien caliente. Esto a Guille le da asco.
Asco me da a mí poner los pies en el suelo mojado de la ducha. Es una manía tonta. Pero qué asco me da. La alfombrilla si es ajena me da asco también. Si es la mía tiene que estar seca.
Creo firmemente en que los franceses acertaron de lleno al separar el retrete del lavado y la ducha. Es de cajón.
En el baño soy muy yo, la verdad.
Siempre he querido hacer una foto en el baño, pero no encontraba ninguno con la perspectiva adecuada para fotografiar.