Quien sigue mi obra desde hace tiempo, sabe lo que ha supuesto Doñana como inspiración, como paisaje-muso, como paraíso en su orografía y fauna. De pequeña lo recuerdo como un lugar en el que siempre tenía que estar en silencio, como si entráramos en un santuario, había que pisar suave, como quien entra en el dormitorio donde descansa un bebé o una bestia dormida. Recuerdo ver la marisma plagada de flamencos rosas y otros pájaros de las más de 271 especies que allí habitan. O habitaban, pues Doñana está siendo destruida por la plantación de fresas, pozos ilegales que sustraen todo el agua subterránea y el propio cambio climático. Así mismo, una zona de Doñana donde yo solía trabajar, ardió un día después de nacer Luz. Recuerdo ver los vídeos que me pasaba mi gente de la zona y no sé si es que estaba recién parida, pero todavía esas llamaradas, que saltaban de un lado para otro de la carretera, de pinar a pinar, se me presentan en la actualidad como una pesadilla estremecedora. En general todo lo que sucedió durante los 3 primeros meses quedó grabado en mi mente de una forma traumática, teniendo que evitar desde redes sociales y todo tipo de comunicación. Todo grabado a fuego: aquella niña desaparecida a la que «golpeó» un tren (los cojones), la muerte repentina de mi tío Gabriel con 39 años (Luz tenía 3 semanas), leer un artículo sobre la masacre a madres judías con sus criaturas en campos de concentración, descubrir la tragedia del Lago Nyos en Camerún, el atentado en La Rambla de Barcelona. Ver arder mi paraíso. Yo misma vi la pasarela de Cuesta Maneli (27km de playa virgen) carbonizada, una vez intentando entrar.

Tres años después, troncos y troncos carbonozados por todas partes: dispersos, hechos montoncitos. Era sangrante. Vimos que poco a poco los arbustos empezaban a crecer, las camarinas ya tenían sus «perlas blancas del océano». La naturaleza siempre se levanta a pesar de haber sido devastada ¿Y qué soy yo, si no es naturaleza también? ¿Qué es el ser humano? Siempre tan desvinculado del paisaje, la flora y su fauna. Espero cual semilla en la tierra, mis brazos calcinados se alzan al cielo, la brisa marina los mece aun inflexibles y quebradizos. Mis cuerpo yerto está expuesto a los viandantes. Soy un terreno sembrado. Mi piel resistió con herida aquellos troncos de ojos cerrados, aquella vida latente, Doñana en líquido amniótico.

Gracias a Alberto S. Anaya por ayudarme a hacer estas fotos.