Recuerdo cuando Alberto me hizo esta foto. Estaba en su casa y sentía una tristeza profunda. En el más crudo invierno, volvía de ver a mi hija en el Punto de Encuentro Familiar. Cada vez que mi hija me pintaba la cara me dolía limpiármela. Dirigí a Alberto mal, pero lo hizo muy bien. Me recuerdo aterida de frío y rota de dolor. Es ahora cuando poco a poco iré sacando del cajón fotografías realizadas durante todo este proceso al me tiene sometida como una guerra unilateral incesante: nada le sacia. Me metieron allí 7 meses con mi hija, teniendo derecho a verla 4 horas al mes. Cuando entré a aquel cuarto de 3m2, con una mesa y una sillas, supe que mi misión allí, durase lo que durase, era hacerle la de «La vida es bella» a mi hija. Que no se diera cuenta de en qué lugar y situación nos habían metido. Durante 7 meses me recorría medio Madrid con mi maleta naranja llena de telas, luces, maquillaje, tiritas, papeles de colores, cuadernos, acuarelas, pinturas, libros, puzzles, instrumentos musicales… a veces no hizo ni falta ni material. Éramos ella y yo brillando: bailábamos, nos inventábamos juegos, cantábamos, nos abrazábamos, gallinitas ciegas que se te ha perdido, gatitos que se enganchan en las cortinas… a veces sólo quería estar acurrucada en mis brazos, tumbadas en el suelo… y un despertar entre cosquillas en los pies… luego los domingos, comida. Cocinar platos fríos acompañados de una velita de limón y flores. Nunca supe cuánto tiempo me iban a tener allí. Pero nos cogieron cariño. Dar las gracias a sus trabajadores por reflejar La Verdad: que la relación que tengo con mi hija no tiene tacha ni mácula. Irradiamos amor, ese que han querido matar y quieren matar y que sólo sale reforzado. Quisiera dar las gracias a las madres que me explicaron qué era aquello cuando supe que me metían allí. A esa caligrafía en la que me escribieron «No estás sola», a ese «Aguántame que aquí tienes que ser muy fuerte». A ese consuelo, una vez recogiendo todo el tinglao que le montaba «Tú no deberías estar aquí, mucha suerte, de verdad, esto es largo». Jamás emitieron un mal informe sobre mi, todo lo contrario. De hecho, al verme visiblemente molesta y perturbada al verle en las entregas y recogidas, ahora no tengo que soportarlo. Y no sabéis cómo ha bajado el nivel de ansiedad el no tener que verle. Cuando la fiscal pidió sacarme de allí, lo único que recibía eran enhorabuenas de todas las madres y la enhorabuena de la propia directora del PEF. Yo, angustiada, preguntaba por qué, por qué si no tenía todavía a mi hija: «Porque llevo 9 años», «Porque llevo 3 años», «Porque llevo 6 años», «Porque tú sabes, Leila, que a mí hasta que no sean mayores de edad, seguiré aquí». La mayoría somos mujeres. A mí me han sacado y él ha apelado para volverme/nos a encerrar. Me doy la enhorabuena por haber aguantado. Me doy la enhorabuena por estar soportando lo insoportable. Sigo luchando por mi niña. Gracias a Alberto, cuando me recogía y me llevaba, esperando discretamente fuera, «¿Cómo ha ido hoy?», siempre bien. Relato detallado a mi familia al teléfono, «¿Cómo has visto a la niña hoy??». Hoy, aunque sean 4 días al mes, la pueden ver y no tengo que contarles cómo vigilada 7 meses, nunca dejamos de ser mamá e «hijita». Las de siempre, resilientes sin opción. «¡¡Flor!! ¡Que no tenemos que volver al PEF!!» Y me respondió ofendida «¿¿Y ahora en qué sitio voy a jugar y a estar contigo??». En esa pregunta inocente, a la que respondí «¡¡En cualquier sitio porque somos libres!!», supe que estaba haciendo las cosas bien. Y que en su guerra, le había hecho retroceder un pasito. Pero ese pasito es nuestro. Das miedo, pero no te tenemos miedo.

Fotografía dedicada a todas las madres que siguen dentro. A todas aquellas que me ayudaron y me siguen ayudando. A las que ayudo y voy a ayudar.

P.D: Riega tu fucking planta.

(Todo lo que escribo está sesgado, estoy silenciada)