Modelo: Emma Martins Amat.

No sabemos cuánto nos queda viviendo en Malasaña. Llevamos 7 años en este barrio madrileño, pero intuimos que pocos más nos quedan. Ayer, paseando, me dijo Guille «Cada vez veo más y más extranjeros salir de los portales, más personas con maletas traqueteando por las calles». Y viene a ser eso: el centro de Madrid está dejando de ser habitable para los madrileños. Los alquileres están prohibitivos. Empiezo a mirar las paredes de mi pequeña casa de una forma caduca, como si obligara a los ojos a no coger mucho cariño a ese terrible gotelé. También fotografío cada uno de sus rincones, a fin de que Luz guarde en su memoria la casa de su infancia, esta pequeña buhardilla del amor, «La casa de los cielos», como la llamó en su día mi buen amigo Alí.

Mi casa esta, cuyos ventanales dan al cielo, tiene una puerta antigua preciosa, con una mirilla como las que ya no se hacen, esa sacra aureola, ese ojo al exterior que me mira y proteje lo que palpita dentro.

En esta foto me posa mi hermana Emma, que también es mi hogar. Viene a ser que mi hogar terminan santificándolo los seres a los que amo. En ese aspecto, mi Emma es sagrada. Y que pase lo que pase, acabemos donde acabemos, mi Tierra Santa se llama familia. Y la mía es preciosa.