Cuando en cuarto de carrera decidí irme de Erasmus, estaba decidida irme a Islandia. Estudiar un año en Reykjavík. Iba con mi formulario de universidades, cuando de repente recibí una llamada de mi padre: «¿Que te vas a is A DÓNDE? ¿Pero tú sabes lo lejos que está? ¿El frío que hace allí? ¿Que en invierno no hay apenas luz? ¿Que allí viven cuatro gatos?» Yo me quedé un poco contrariada, allí en una de las aceras de Alcalá de Henares. «¿Cuál es la segunda universidad a la que vas a echar la solicitud?». Le dije que la Sorbone, de París, «¡Por Dios, Leila, no hagas locuras! París es la capital de la cultura, con lo que a ti te gusta el arte, París te llama siempre, París vive en ti, vivir allí te va a enriquecer más que ir a esa isla donde te vas a sentir sola y aislada».

Terminamos de hablar y colgué el móvil. Me quedé parada en aquella acerca, frente a la Facultad de Caracciolos, con mi solicitud en la mano y entré al despacho de Isabel Molina, quien organizaba y dirigía por aquel entonces las becas Erasmus. «La Universidad de Reykjavík está genial, eres de las pocas que se ha decantado por ella, me alegro mucho». Pero ahí resonaban las palabras de mi padre, a quien siempre tuve endiosado». Tuve miedo de que tuviera razón. «No, Isabel, mejor me voy a París, he cambiado de idea».

Fue una de estas decisiones fatales que tomé en mi vida por no escucharme a mí misma. Lo supe cuando 8 años después pisé Islandia y sentí en mi rostro aquel viento permanente, esa hostia que te da la Isla por atreverte a pisar lo más bello. El país más bonito que había visto en mi vida. Sus costumbres, sus gentes, su naturaleza, su frío, ay, su frío, yo que nací en invierno, a mí que me habita el invierno, a mí que me brotan volcanes. Llorar y llorar tras casa paisaje víctima de un stendhalismo brutal. Antes de ir a Islandia siempre quise que mis cenizas descansaran en un bosque, bajo un árbol. Desde aquel viaje quiero ser una grieta en el hielo, ceniza, lava, fuego, viento eterno. Quisiera ser Trollaskagi, vivir su quietud y silencio. Morir en la belleza. Por favor, llevadme allí cuando el corazón no me habite. Quemadme con mi vestido de novia.