Estuve en Versalles hace cuatro días. Y esta es una foto realizada en sus inmensos jardines. Lo cierto es que me daba arcadas cómo aún se sigue llamando a sus reyes bajo el apelativo de «Soberano», desde un respecto máximo, cómo narran sus vidas desde la admiración, cómo cada ampliación, cambio de decoración del castillo, cada festejo, cada detalle que constribuía aquel fasto y lujo inmorales, es a día de hoy aplaudido con entusiasmo, veneración y deferencia. Olvidamos que exprimieron y olvidaron a su pueblo hasta el punto de ponerles en la tesitura de una revolución, de plantarse ante sus puertas y decir BASTA de una forma atronadora. Yo soy de la filosofía esa que dice «Borbón muerto, abono pa mi huerto». No obstante, soy sensible al arte y tengo en cierta consideración Versalles (¿quizá podrían convertir sus instalaciones en un centro de arte de todo tipo?). Lo que no se puede hacer es contar la historia mal. Contar la historia faltando al respeto a la historia de tu país, que luchó contra un poder que, literalmente, les estaba matando. Tanta sangre derramada para que ahora Francia esté ensalzando aquella aberración del Señor. Aberración porque es el castillo más grande de Europa, construido en una de las épocas de más miseria social.

Esta foto tiene varios significados. Es cagarme en la aristocracia y el acato a las normas muy fuertemente. Es retar al «savoir faire», a lo prohibido, al «guardar las formas». Mi desnudez ante sus oros, su barroco, su neoclasicismo y su inmensidad. Mi desnudez ante sus espejos, sus tapices, sus lámparas de araña y enormes cuatros y frescos. Mi sencillez ante lo majestuoso.

También es una dualidad. Una Leila yace, cual cadáver, en la orilla. La otra, ya en el agua, indiferente al frío, pone sus manos en posición de ofrenda ¿Qué más os inspira esta foto? Ha sido muy inconsciente hacerla. Y detrás de cada acto insconsciente mío, se esconde una realidad que ni yo misma me explico.