Fuera del armario está ya la bruja. La mujer infiel, la loca, la rebelde, la infeliz y la histérica. La que se besa con cualquier perro con lengua y admite que prefiere eso a besarse con la mayoría de los humanos. La que viste de negro tras el rechazo familiar, ojos en blanco y esas bajas vibraciones que dicen que atrae. La que admite que uno de sus sueños es tener una bonita casa con vistas al Cementerio de la Almudena. La amante de los cielos nublados, la niebla y el invierno. Fuera queda el valor de poner límites aunque duela y me haga llorar. Adiós a cambiar mi personalidad para sobrevivir, para encajar, para caer bien. No pasó nada cuando reconocí que no tengo grupo de amigas, pero sí grandes amigues que no tienen contacto entre sí. Me dan acelerones al corazón y ansiedad cada vez que veo a un calvo por la calle y pienso que es mi ex. Creo que por eso amaso la densa melena rizada de Alberto y la huelo como si fuera almizcle. De hecho su olor es almizclado, como el de su piel. Salió la pija que se marea en el autobús y se niega a cogerlo aunque sea más barato, la que no quiere ir de compras en Navidades o la que se agobia en centros comerciales. La que recoge cosas de la basura AKA «regalos del dios de la calle». La que adora a su familia rota, pero aunque rota y neurodiversa, la mejor. Fue la peli de Lilo y Stich la que le enseñó a verlo, tras verse cientos de películas de cine de autor. Esa es ella. Y hace tiempo que consiguió darse un abrazo, darse las gracias, encogerse de hombros, ser indiferente o sonreírse. Y todo estaba bien así.