Aún guardo fotografías del Filomena en Madrid, rodeada de belleza y echando horriblemente de menos a mi niña, en pleno duelo por el robo de la misma. Mis lágrimas maternales maldecían en medio de muñecos y bolas de nieve. Ya sé que las que adoramos la temporada de las protegidas por Marena somos pocas, pero es un consuelo que sea invierno. Ayer lo pensaba mientras caminaba por la calle, los dedos impúdicos acariciando la niebla y el aliento demostrando al invierno que estoy viva. Todavía. La noche y los árboles desnudos me parecían increíblemente estéticos. Suelo mirar con rabia a quienes aman el verano, como si con ese amor invocasen temperaturas infernales. Amad esos cero grados si amáis el planeta y sus ciclos, amad como si fuera verdad que se ama mejor en el frío, bajo el nórdico, una infusión entre las manos y el viento llevándose de vuestra piel recuerdos que ensucian la memoria.