«Pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, cardenal por cardenal».

Dicen que la vieron con el chal hasta la boca, porque todavía no se había relamido la sangre entre los dientes, ni la sangre de las grietas de los labios. Que la saliva había cristalizado en su boca por no tragar aquella parte de Sonia. Porque María Olga seguía mordiendo el mordisco. Dicen que a la otra la vieron con el chal al cuello como una soga, redoblado que parecía un collarín de lana negra. Si apretaba más quizá no le corría el riego por la nuca y las marcas no se irían jamás. El grabado de los dientes de María Olga era un canto a la libertad, una mordedura a la Ley de Talión: «Te doy mis dientes porque quiero los tuyos, te doy mis ojos porque no tengo los tuyos para colocarlos bajo mi almohada».

«Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, miserere nobis».

Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, dona eis pacem.