Modelo: Sonia Señorans.

Cada vez que se abre un nuevo ciclo en la vida, mi cámara genera una nueva carpeta en la tarjeta de memoria. Quizá tenga una explicación lógica, pero me gusta pensar que la Nikon está tan compenetrada conmigo, que intuye los cambios, decide lo que se queda atrás y lo que se abre. Cuando vi que la cámara había creado una nueva carpeta en casa de Dona Rosalía, casándome con Sonia, no me extrañó. Entiendo el matrimonio como un concepto más extenso, en el que establezco unos lazos con diversas personas con nudos de difícil disolución.

Aquí tengo el privilegio que nadie ha tenido: el de retratarla. De todos los regalos que me hizo, probablemente este sea el mayor. Lo pedí yo, la llamaba aquella rendija de luz, la foto quería hacerse sola. Dos fotógrafas que entienden lo que es estar a las órdenes de una fotografía, sin poder rechistar. Rostro perfilado, ojos grandes, mente inteligente, sabia y audaz, la muchacha-estival se detuvo en el frío unos minutos. Los ancestros de Óscar estaban contentos de recibir visitas, parece que siempre fueron grandes anfitriones y a mi forma, yo aquella tarde estaba de fiesta, «Sabía que te gustaría», me dijo Sonia. Sonia, qué limpio tienes el nombre, qué bien que me buscaste, cuánta abundancia veo en ti. La mayoría de mis grandes amigas me buscan a mi, que ando siempre perdida. Tengo la impresión de haber fotografiado un tesoro, tengo la impresión de haber hecho un retrato a algo muy preciado para mi. El bostezo del otoño nos avisaba de que había que trabajar rápido en la belleza radical del ocaso. Una bruja me dijo que tenía la V de la victoria en la mano, la línea de la suerte cruzada con la del destino. Sonia, te llevaba en la mano desde mi nacimiento. Y yo sin darme cuenta.