Los brazos y las manos son extensiones del corazón, así quiero recibir a la vida y a la muerte, blanca y fría, con los brazos abiertos, como si estos se convirtieran en órganos que quisieran estar en contacto con otro mundo. Quisiera morir entregada, así como mi madre me entregó al mundo hecha una bola, llorando, quisiera morir con los brazos abiertos, riéndome del próximo no ser, del no existir.
En esta foto he querido mostrar la sensación de gozo y expansión que siento al sentir la nieve en mi aliento, en mis ojos el blanco que ciega, en mis poros esa sensación térmica que activa. Mis brazos como dos ramas cubiertas de nieve. Quise ser así cuando vi aquella blancura desde el coche «Para aquí, le pedí a Guille». Mi madre me preguntó que qué iba a hacer. «Voy a hacer una foto desnuda en la nieve». Me lo pedía el cuerpo. Me pedía esa vitalidad que me da el frío. En la nieve me siento en crecimiento, en la ventisca fluidez. «¿Cómo que vas a hacer una foto desnuda en la nieve, con el frío que hace? ¿Y si te ven?» Y aquí estáis todos, viéndome. Mis familia lleva muy mal los desnudos. No creáis que no me cuesta estar llevando constantemente la contraria. Pero no me estoy equivocando, mi fin no es errar, mi fin es (sobre)VIVIR.
Salí del coche corriendo, cámara en mano, dejando a mi madre con las manos en la cabeza. Mis pies se hundían en aquella masa fría, crujiente, que se ad(hería) a mis zapatos, mis pantalones, mi cabello. Quise que me penetrara, sentir que estaba embarazada de mil copos, de una nieve ocasional que me regalaba la primavera.