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Me desnudé bajo esa gran capa de hielo y repté por las rocas resbaladizas, con cuidado, hacia el único foco de luz que se colaba en una grieta de deshielo. «Guille, qué pureza».
Quise ser una polilla de invierno…
Pequeños hilos de agua gélida surcaban mi cuerpo, dejando a su paso gotitas que brillaban con el reflejo del sol. Esto es lo único que os puedo decir de momento desde Seyðisfjörður, en Islandia.