Modelos: Dara Cuervo y yo.
Había trabajado con Dara previamente, pero no recuerdo una sesión de fotos en la que hubiera estado tan satisfecha como esta. Le pregunté sobre qué pensaba de aquello que nos dicen a las que trabajamos el autorretrato, si verdaderamente piensa que somos egocéntricas. Se lo pregunté con la mirada inundada por la cascada y los oídos atronados por los saltos del agua. No éramos un par de egocéntricas, habíamos decidido vivir la fotografía desde todas sus caras y eso lo comprendí ese día. Soy una persona que carga muy fácilmente cualquier acto bello con culpa y esa mañana, la piel mojada y desnuda, gritando por demasiada exposición al sol, fui consciente de la plenitud de mi trabajo. No es lo mismo ser fotógrafa, que ser fotógrafa y posar para una misma. Ese día, tras más de una década dedicándome a la fotografía, comprendí que lo que más me gusta de hacer fotos es vivirlas, idearlas, elegir los disparos y la postproducción. Es más, en mi cabeza voy editando la imagen y eso también lo incluyo en el proceso de creación, el saborear una fotografía como un caramelo que se deshace en la boca. El proceso cobraba fuerza más que nunca, en estos tiempos de una IA que ha llegado para quedarse. Cada vez soy más analógica en todo y no está ni bien ni mal, pero sí me siento mejor escribiendo a mano, sintiendo el olor del papel, mirando por la mirilla de una cámara, escaneando carretes o tendida en el agua, abrazada a una gran amiga. He aceptado lo perecedero de absolutamente todo y he elegido vivir y sentir cada proceso. El arte está muy ligado a las redes, a perdurar y a la memoria, pero gente, cuidado que un día el planeta hará pum y no habrá nada de esto. Se nos está olvidando existir, vivir los procesos y habitar y cuidar nuestros cuerpos. En esta foto nos estamos cuidando. Vivir el arte como una forma de autocuidado y un ejercicio de consciencia sobre la propia vida.