«Estoy editando una foto de unas bragas»

«¿De unas qué? ¿De unas bragas???».

Mi madre piensa que soy una vulgar porque me toco el coño recitando mis textos en un micro abierto. También piensa que no es decente que salga con un vestido transparente y un body debajo. No os metáis con ella. Es su generación. Luego se acerca a la foto y «Pues me gusta el percherito, se parece al broche de tu bisabuela, el de cerámica de Limoges». Mi madre me mira raro porque me tatúo en zonas donde rozan las bragas y en las curas, no me las pongo.

«¿Que subiste esa foto de fin de año que te hice con las bragas rojas?»

«Sí ^_^»

Palidece.

Adoro a mi madre y me la voy a tatuar como La Sacerdotisa del tarot en el brazo derecho. Debajo, una banda que dé la orden de lo que siempre ha clamado, «Que arda Troya». Pero el tema de las bragas lo lleva mal. Sin embargo de alguna manera vive en la paradoja de mantenerlas limpias a toda cosa: salvaeslip para que no queden manchas de flujo y mis bragas de la regla, eso, eso… «cómo es posible que tengas unas bragas para manchar, las tiraría a la basura». La prenda decente por y para la decencia. Justamente la primera vez que le hice una foto a unas bragas fueron a unas manchadas de regla. La segunda es esta: la antesala a la prometida Origen del mundo, esa foto que llevo años queriendo hacer y que ya está hecha. Esta foto es una presentación, un abrazo a «las braguitas», porque «bragas» sigue siendo una palabra tan grande que la seguimos usando en diminutivo.

Aquí, justo aquí, mi madre diría «Miserere nobis».