Modelo: Octavio Sastre.
Recuerdo cuando compré esta guitarra. Tenía 16 años y me costó 200 euros, los ahorros de un año. Mi diseo de tocar un instrumento desde la infancia nunca fue escuchado, así que me apunté a guitarra flamenca a los 16. Me ayudó a comprarla mi propio profesor de guitarra, con quien empecé a tocar seguidillas. Se me da muy bien hacer muchas cosas. Muchas. Tengo muchas virtudes. Pero tengo una inseguridad que no me merezco (no nos merecemos ninguna) y toco la guitarra cuando nadie me ve. O delante de mi hija. Mi Depredador siempre quiso venderla: algo le decía a él que aquel instrumento era un portal vinculado a nuestra propia destrucción. Yo me negaba: algo me decía a mi, que mi Libertad estaba ligada a esas cuerdas, que por mucho que él las rompiera más adelante en un ataque de celos, aquí la tengo, con cuerdas nuevas que le puso Alberto. Tocaba mucho la guitarra embarazada, el cuerpo vibrando sobre mi vientre, en todos los meses de una gestación muy solitaria. A Luz le encantaba que hiciera eso. Desde mi vientre supe lo vinculada que estaría mi hija a la Música. Mi guitarra ha pasado por muchas manos, me rodeo de muchísimos músicos y compositores. Afinadores de piano también caen. Unas veces de casualidad y otras veces como ferviente melómana. Puede que esto último llame imperiosamente a lo que quizá no sea una casualidad. Todo pasa por algo. Así me he dormido cual can Cervero al rasgueo de una guitarra, colocando mis dedos en los acordes he calmado un ataque de pánico y angustia, haciendo la cena con un bello ser componiendo tras de mi se me ha hecho la tarea más amena, desnuda me han tocado canciones mientras mi respiración se iba calmando y el sudor evaporando de mi cuerpo, «Suena bastante bien esta guitarra ¿no?», me dicen todos. Aquel profesor tuvo ojo. La guitarra es infancia: es mi padre tocando «Nou pometes te el pomer» y mi hermana y yo bailando en un éxtasis pueril e inocente. Esta guitarra no se vende. Esta guitarra no la rompes. Octavio cantando alegremente en mitad de la noche, en el jardín, con una sonrisa, hace de la música y la ternura, una revolución.